“Eres insoportable”

“Eres muy difícil de soportar y, lo siento mucho, pero ya era hora de que alguien te lo dijera…. Y puestos a ser sincero de verdad…. Miento, no lo siento. Hace demasiado tiempo que quería decirte esto y… mira, ya está dicho. Quizás no sea el mejor momento, o no sea la mejor manera…. Quizás nadie nos ha enseñado a decir estas cosas, por eso de la cortesía, o…. Quizás apelar al respeto le ha ido muy bien a la gente para no ser sinceros nunca y ahorrarse situaciones como esta, pero me parece mucho más respetuoso decírtelo ya, que no quedarme aquí aguantando tus desplantes y desprecios, una vez más; mirándote a los ojos y regalándote mi tiempo, mi paciencia…. Sinceramente, no me compensa. De verdad, soportarte es muy difícil”. Se levantó tranquilamente de su silla, cogió su chaqueta, dejó caer unas monedas en la mesa y se marchó, sin más… incluso le dijo adiós sonriente al camarero, (un tipo que debía ser sueco, y que había decidido poner un bar de estos “cuques” que tanto te ponen magdalenas multi colores y tés de todos los sabores, como las mejores copas de la zona… Además, había conseguido en muy poco tiempo que estuviera siempre lleno, pero en su justa medida). Ella se quedó sentada, recogió las monedas y siguió tomándose su cortado descafeinado en vaso de cristal, (las tazas, decía, que ensuciaban), con cara de que aquello que acababa de ocurrir no tenía nada que ver con ella.

Tenía casi cuarenta años y, por su forma de hablar, parecía que tuviera sesenta. Aunque, lo de la edad es bastante relativo y está demasiado sobrevalorado…. Más que nada, parecía ese perfil de personas que llegan a los sesenta y no están satisfechos ni de lo que tienen, ni de lo que está por venir. Lo que era francamente sorprendente, y por eso lo de la edad, es que no tuviera ningún tipo de pasión y de ilusión por su presente. ¿Tan joven y tan amarga?

Observé la escena detrás de mi libro, como todas las tardes desde que había empezado apretar un calor que hacía insoportable estar en la calle, y tuve que contenerme para no levantarme y aplaudir. Aquel tipo había aguantado demasiado tiempo….. y sinceramente, la vida pasa demasiado deprisa como para aguantar nada, aunque…. Desconozco sus motivos, algo le empujaría a haber tardado tanto en decirle que era insoportable con todas sus letras, ¿culpabilidad, compasión o comprensión? Fuera cual fuera el motivo, se habían quedado todos sin argumentos. Aquella chica no tenía mucha pinta de tener demasiados amigos, o quizás era sólo una forma de aparentar que ella se sola se sobraba y se bastaba para sobrevivir la vida, porque era demasiado cobarde para aceptar que también quería que la quisieran y que la aceptaran…. Sin embargo, sus miedos no justificaban su forma de tratar a la gente.

“Hay gente que parece que se levanta enfadada”, me dijo el sueco, que me traía un nuevo platito de cacahuetes; asentí cómplice. Mientras terminaba mi copa y jugaba absorto con los hielos, todo aquello me hizo pensar en lo mucho que nos cuesta liberarnos, despegarnos de algunas cosas…. Aún sabiendo que son dañinas para nosotros. Aquél chico era listo, lo había observado mucho, y era verdaderamente inteligente. Debe ser esa necesidad de pertenecer a algo, a alguien…. ¡Es curioso, todo el mundo quiere ser independiente, pero volver a casa y que la mitad de la cama esté ocupada!

Hacía un par de noches había visto una película francesa llamada “La délicatesse”, queda muy bien eso de decir una película francesa, ¿Cierto?…. Fue gnula.nu la página que la recomendaba; nada más empezar, el que parecía que iba a ser el prota tenía un enamoramiento a primera vista de un chico que entraba en un bar, y se decía a si mismo que si ella pedía un zumo de albaricoque la hablaría…. Si lo pedía de mango o papaya, no le diría nada, porque según su opinión, eso daba demasiado miedo. Obvio, era una peli, y la chica terminó por pedir el zumo de albaricoque…. Llegó Pablo y empezamos a marcar en el mapa la ruta a seguir para nuestro próximo viaje.

De refilón vi que aquella mujer seguía ahí, sentadita y quejándose al camarero de que el aire era demasiado frío.

 

Puto minusválido

Mi trayecto matutino de casa al trabajo suele ser como cualquier trayecto matutino de un ciudadano de gran ciudad que no dispone de vehículo propio, es decir: caminar, metro, bus y llegar. En una ciudad la media de trayecto son 40 minutos, vayas dónde vayas, con una oscilación de 20 en función del tráfico. Sin embargo, hoy no os iba hablar del tiempo, sino de una conversación robada en uno de esos trayectos matutinos.

Es verdad que yo soy muy dada a escuchar conversaciones ajenas cuando voy sola en transporte público, por deformación profesional se entiende, nunca por cotilleo, y por mi agudeza auditiva, obvio.

Bien, la cuestión es que en el bus que va desde Moncloa, al Consejo Superior de Deportes, siempre viajo acompañada de estudiantes de INEF o del módulo superior de actividad física y sus conversaciones con alta dosis de hormonación y testosterona propia de la edad. (A mi esas cosas ya no me pasan, que ya me acerco peligrosamente a los 30). La conversación de hoy la protagonizaban dos jovenzuelos, dentro de un grupo de estudiantes de INEF, y sonaba así:

  • … Por eso nunca me llevo mal con las chicas, porque me acaban mendigando!
  • Haha, que crack tío! Buah…. Yo todavía tengo que hacer la puta sesión de minusválidos, ¡Menuda mierda!
  • ¿Y qué vas a poner?
  • No se…. Alguna pelea entre un ciego y un sordo, o así… ¿Te imaginas tronco? Oing oig, haha (alterando la voz, forzando la gesticulación, y simulando dificultades en la pronunciación y el habla).

 

Mi reacción ha sido mirarles desafiante, acercarme el móvil hasta pegármelo a la cara, (cosa que tampoco es muy extraña para poder leer ciertas letritas), y volver a mirarles con una sonrisa.

 

Vamos a ver…. Primer punto: ¿Minusválido?, ¿En serio? Analicemos la naturaleza del término: menos válido…. ¿Menos válido para qué?, ¿Menos válido en relación a quién? Porque lo de menos y más, lo entiendo…. Entiendo que es la manera cuantitativa de comparar si tienes más o menos cantidad de algo: de dinero en el banco; más o menos comida en la nevera que ayer; más o menos ropa sucia que lavar; más o menos horas que entrenar o trabajar; más o menos días para unos Juegos Paralímpicos, o más o menos días para que se termine mi contrato…. Supongo que ya hemos entendido todos cómo usamos el más y el menos. Vamos con “válido”. Me he tomado la licencia de ver que opinaba la RAE:

Del lat. valĭdus.

  1. adj. Firme, subsistente y que vale o debe valer legalmente.
  2. adj. aceptable. Un argumento válido.
  3. adj. Dicho de una persona anciana: Que puede valerse por sí misma. U. t. c. s. Residencia para válidos.
  4. adj. p. us. Robusto, fuerte o esforzado.

 

Así pues, una persona que es minusválida es aquella que es poco firme, poco subsistente y que no tiene valor legal. ¿Estamos de acuerdo en eso?

¡Ojo! Debo pedir disculpas, he dado por hecho, que esos jóvenes del autobús, con lo de la “puta sesión de minusválidos” que debían desarrollar en una de sus asignaturas de la universidad, se referían a una sesión de deporte que pueda practicar cualquier persona. (O sea, cualquier ser humano, indiscriminadamente de su condición física, de sus características sensoriales, mentales, psicomotrices…), es decir: prestar atención en que la actividad sea accesible para todos los públicos; mientras que tal vez, con minusválidos se referían a…. A…. Hmmm….. Perdonad, no se me ocurre nadie que no pueda ser firme, subsistente y sin validez legal, ¿A vosotros? (tal vez un bébé cumpliría algunos de los requisitos no? O cualquiera de nosotros con alguna copa o droga de más, pero…. Algo me hace pensar que no se referían a ese tipo de público con ese término).

 

En definitiva, es un mal uso del lenguaje llamar minusválido a una persona con diversidad funcional, que es el término más de moda ahora mismo para etiquetar a aquellas personas a las que alguien en algún momento, decidió que era mejor marcar como diferentes al resto y que había que reafirmar y destacar esa diferencia como principal atributos, más comúnmente reconocido como, discapacitados. Lo que me cuesta de entender es esa necesidad de clasificar lo que no es “normal”, (distinto a lo que considera la mayoría), etiquetarlo y señalarlo…. Como todas esas cosas del deporte “adaptado”, el “deportista con discapacidad x”, o las asignaturas e incluso grados o másters, sobre la discapacidad y las necesidades educativas especiales, ¿A caso no necesita todo el mundo un trato especial y diferencial?, (Ese sería otro tema a discutir…. Porque sinceramente, la diversidad funcional en la educación también está contemplada desde el filtro de la normalidad y de la necesidad de integrar, y no dejando de lado cualquier tipo de filtro o de prisma, y contemplando únicamente las necesidades y capacidades de cada miembro del grupo):

 

El prefijo Dis- denota negación o contrariedad, con lo cual, hablar de discapacidad es negar la capacidad de alguien. Es cierto, que un ciego no tiene la capacidad de ver como la mayoría de la gente ve, y por eso, como la mayoría de la gente somos incapaces de comprender lo que es realmente no ver nada, (si es que eso existe en realidad, porque nadie ha podido demostrar que ve alguien que no ve como la mayoría de la gente. Aunque para circular sin chocarse con todo, es verdad que no se ve). Sin embargo, definir a alguien con una negación de la capacidad me parece de lo más ruin: Las palabras que usamos son las que definen el mundo en el que vivimos, el mundo que construimos, sus relaciones de valor y el respeto hacia todo aquello con lo que nos relacionamos.

Tampoco quiero extenderme más sobre ese tema, y menos cuando soy la primera en llamarme tarda, corki, cegatona y sus variantes…. Pero si me gustaría añadir una cosa: que nadie se sienta ofendido por no saber como tratar, o como hablar sobre la diversidad funcional, ¡Es normal! En una cultura que nos educa para buscar la perfección y el éxito, las diferencias son rarezas que difícilmente quedan bien aceptadas: por envidia, por miedo…. Quién sabe!

 

Más allá de esto, lo que quiero decir es que nadie sabemos cuales son las necesidades de los demás, ni las capacidades de los que nos rodean hasta que prestamos un poco de atención en descubrirlas.

 

En mi casa, por ejemplo, tuvimos que aprender lo que significaba no ver como la mayoría de los demás cuando un médico les aseguró a mis padres, que ese era mi diagnóstico, y os aseguro, que hoy día seguimos aprendiendo de ello. Pero lo que os puedo asegurar es que la más, o menos valía nos la curramos cada día tratando de hacerlo todo mejor que el anterior, tratando de aprender de las cosas que nos gustan y de las que nos disgustan.