¿Qué eres?

SEC Z. INT TARDE. BAR DE LA ESQUINA

Es una tarde cualquiera, de un día normal, en el bar de la esquina, el de toda la vida. Dos antiguos amigos se encuentran por casualidad y se están poniendo al día sobre sus vidas. Un par de cervezas, un móvil y una libreta encima de la mesa.

 

SUJETO A

¿Pero entonces qué eres?- Le preguntó a su amigo con inquietud después de tantos años.

SUJETO B

Hmmm… ¿A qué te refieres? –(Burlón, porque sabe que le irrita su indiferencia).

SUJETO A

Pues eso… que a qué te dedicas, que es lo que haces…

SUJETO B

¡Ah! Bueno… depende, voy haciendo, ¿sabes?

SUJETO A

Pues no… (Irritado). Algo habrás estudiado, o algún oficio habrás aprendido en todo este tiempo, ¿no?

SUJETO B

¡Claro hombre! ¿O crees que he estado paseando del sofá a la cama, y de la cama al sofá? Aunque… hay épocas de todo, eh. Debo confesarte que últimamente está siendo muy difícil encontrar alguna cosa… Pero adaptarse o morir, ¿no crees? Hay que avanzar siempre para aprender y disfrutar.

SUJETO A

Vale. Estoy de acuerdo, todo eso es muy bonito, pero entonces, dime…

SUJETO B

(Interrumpiéndole y adoptando un tono más distante, como si su compañero ya no estuviese ahí).
“Al principio no lograba entender su constante necesidad de encontrar una definición. No existes si no hay un adjetivo, un nombre que te encasille en alguna parte. Más tarde me acostumbré, comprendí que el afán de clasificación forma parte de la naturaleza del hombre. Si sé quién eres, sé cómo comportarme contigo, pero si eres un hombre sin ataduras, y sin un papel definido, no sé qué pensar. Eres desnudez y te ofreces como desnudez. Y la desnudez produce escándalo.
Todos tenemos una definición que nos permite existir, y esta definición es nuestra balsa, gracias a ella navegamos en la turbulencia de los días, gracias a ella podemos alcanzar el estuario sin enloquecer

SUJETO A

¿Y eso de dónde lo has sacado? (Impresionado)

SUJETO B

Lo leí en un libro (Recuperando la normalidad)

SUJETO A

Me has dejado sin palabras…

SUJETO B

                     Lo sé. Deberías reflexionar sobre ello. (Y se ríen).

Esto que se va acabando

“The End” Y entonces es cuando empiezan las películas.

Ni estoy pirada, ni esto es el mundo al revés. Ni voy a hablar de cine y de las interpretaciones personales que hace la gente cuando sale de las salas, y te das cuenta de que no has entendido nada, o de que no soportas que te pregunten insistentemente, al empezar los créditos finales: “¿Qué te ha parecido?”, y antes de que puedas pestañear alguien está soltando su larga interpretación, siempre profunda y metafísica, con menciones a Tolstoi, Dostoyevski, o algún japonés que suene interesante, y usando un tono pausado, dubitativo que funcionaría genial para grabar sesiones de relajación No quería hablar de todo esto, sino únicamente comentar que los finales no me gustan:

Leo un libro y siempre rescribiría el último capítulo, veo una peli y siempre salgo pensando que podría haber aparecido tal personaje, o dicho aquella frase…Escucho una canción que siempre acaba demasiado pronto, o demasiado tarde, y cuando se acaba el día no veo el momento de dormirme, luego siempre suena el despertador en el momento culminante del sueño, (con razón me paso el día inventando sueños y elucubrando teorías absurdas, claro).

El caso es que ahora presiento que el final, – el principio de otras cosas-, se acerca. Es el final de una gran era, ¡de mi gran y épica vida! (Dejadme que le ponga un poco de emoción y de solemnidad al asunto, que así parece más importante, gracias).

Mis amigas siempre me vienen con cuentos chinos de peleas de enamorados: que si no funciona, de que si ya no es lo mismo, que si no se adapta, que blablá, blablá… Y yo siempre les repito que piensen en si siguen enamoradas del hombre con el que están ahora, o de los recuerdos: ese cúmulo asfixiante de momentos maravillosos y únicos, que con el paso del tiempo se mitifican y se perfeccionan, que les une. Lo que me sorprende, por otro lado, es que vengan a preguntarme a mí, que vivo al margen de las ataduras y los compromisos, porque soy incapaz de creer en una relación seria y estable debido a mis traumas anteriores y a la herencia recibida, (no voy a seguir por ahí, que no viene al caso y me meto en un jardín…). ¿Qué buen consejo les voy a dar yo? Aunque también es verdad que, después de decirme a todo que si, que tengo razón, y el bien que yo sea tan clara y directa, siguen con sus chicos felizmente como si todos esos “grandes problemas y desencuentros” se hubiesen evaporado.

Vale… Pues últimamente me pregunto lo mismo que ellas: “¿Qué es lo que te ata; todo lo vivido, o que sigues disfrutando de ello?

El deporte, la natación: ese gran vicio mío que me enganchó de enana, cuando no razonas y lo haces todo por puro placer y divertimento, (luego hay gente que, no entiendo por qué, empieza a hacer cosas por compromiso, por obligación, por interés…). Pues como vicio que es, cuesta un mundo desprenderse de él. ¿A la gente no le cuesta tanto, tantísimo dejar de fumar? Y eso que mata… pues eso, que encima es saludable, y recomendado por los médicos, es lo mismo.
Creo que es un buen símil, ¿no? Para aquellos que les sorprende el hecho de que algunos deportistas “sigamos” tantos años “haciendo lo mismo”. (Luego hay gente que se pasa toda la vida en el mismo puesto de trabajo, y a nadie le pregunta: “¿Sigues trabajando?, ¿Todavía no lo has dejado?”).

Bien, yo sigo con lo mío.

¿Miedo?, ¿yo? ¡Quizás un poco si! Más bien vértigo diría yo

No es que me asuste el no tener nada que hacer, que no haya trabajo en esta remota parte del mundo, no tener un piso, ni dinero para alquilar uno, o abandonar la zona esa de confort…. No, eso son cosas que irán surgiendo, irán llegando a su manera, y estoy convencida de que a través de nuevos reto y proyectos que me ilusionen voy a conseguir todo lo que me proponga. Sigo creyendo en mí. (Nota: para ser feliz es un ingrediente que no puede faltar en vuestras cocinas).

Lo que me acojona es el hecho de abandonar lo que m ha creado, lo que me conforma: el núcleo de mi vida. Me doy cuenta de que todo lo que he vivido, todo lo que he tejido y todo lo que he compartido gira entorno a un motivo, a mi motivo; mi deporte. Yo soy lo que el agua ha hecho de mí, y es el medio en el que vivo, en el que todo fluye, y en el que todas las cosas a mi alrededor cobran forma, color y sentido, o así ha sido hasta ahora. Entonces ¿qué voy a ser?, ¿quién voy a ser? Ahora que esto se acaba no tengo muy claro cuál es el lugar en el que debo estar, ni entiendo la forma que debo adoptar.

Hoy he visto, por primera vez, mi final del 100 mariposa de Londres… Ha sido duro. Me he congelado, no podía contener las lágrimas. Son tantas emociones acumuladas en todo este tiempo, en todos estos años, que se hace muy difícil entender y asimilar que esto llega a su fin. He disfrutado tanto viviendo así, la natación me ha dado  tantas cosas buenas, y he aprendido tanto de las malas, que claro que siento vértigo. Vértigo por no encontrar algo igual. Reviviendo ese momento londinense mi cerebro se colapsa por montones de imágenes, palabras… personas que han hecho posible mi felicidad a lo largo de cada temporada.

Ahora que se acerca el final, -el principio de otras cosas-, me dedicaré a exprimir al máximo, y a sacarle lo más dulce a este momento.

Desahogo terapéutico

Esto no es un post, es un desahogo, así que no estáis obligados a leerlo. (Y a los que sea la primera vez que me leéis, os sugiero que leáis también otras entradas anteriores para que os quede claro que no soy una dramática consternada). Aunque bien es cierto que todos tenemos un poco de drama dentro, y hay que sacarlo de vez en cuando, (en las mujeres, seguramente, aflora antes de la regla;, pura revolución hormonal y emocional. Y que casualidad ¡estoy en esa fase!).

Ciñéndome a la  vertiente terapéutica que tiene escribir en un blog, sin tener claro quién lee, para hablar de tus heridas, prosigo:
Esta es una que dejó una buena cicatriz. No sangra, es cierto, pero ahí está.

Es de aquellas historias que se quieren olvidar, pero que vas a un ritmo lentito. Como aquello de… “es tan corto el amor y tan largo el olvido”. ¿Qué me pasa con Neruda? Me parecería pedante si lo citara cada dos por tres, sin embargo  es gracioso, porque siempre es el mismo poema, y uno que aprendí en el cole.
En fin, debe ser que el tiempo emocional funciona distinto que el cronológico. (Para eso los griegos no sé si tenían concepto, pero seguro que algún psicólogo estará dispuesto a dármelo).

Al contrario de lo que la mayoría imagináis, no estoy hablando de un antiguo amor de pareja, sino de amistad. (Otra parte de vosotros empezaréis a cavilar a quién me refiero y algunos pensarán en su propio ejemplo). Porque la amistad verdadera funciona igual que el amor, y puede herir de igual manera.

Me gustaría poder contaros que fue una mala época, y que hablando la gente se entiende, y luego la relación se hizo más fuerte, y la amistad venció todas las barreras, y todo fue maravilloso, maravilloso. Pues no puedo.

Yo tenía una amiga, es decir: aquella persona con la que compartes confidencias, risas, desilusiones, dudas… y no sólo eso, también le das tu cariño, tu confianza, parte de lo que eres y parte de cómo eres. Tienes la certeza de que siempre va a estar allí, y asumes, libre y felizmente el compromiso de mantenerte fiel y dispuesto a arrimar el hombro, a generar sonrisas y a regalar tus oídos.

Pero noviembre del 2011 arrasó con todo. Un huracán se llevó por delante todo lo construido durante años, hizo añicos cualquier atisbo de cariño y de complicidad. De pronto se desmoronaron mis pilares  fundamentales, los más cercanos… perdí algo en lo que creía ciegamente, perdí un lazo que me reafirmaba y me reconfortaba. ¿Por qué? Todavía no lo entiendo. ¿Quizás envidia, un mal día? Sería un mal entendido qu se puede remontar.
 Intenté construir un puente entre todos esos recuerdos, todos esos sueños compartidos, todos esos momentos mágicos vividos, el presente, y el futuro inmediato que debíamos compartir: un año cargado de ilusiones que teníamos que disfrutar juntas, que explorar y explotar en común. Tampoco funcionó….

Sé que este post es bastante absurdo, bastante melodramático, y muuuy tontorrón, pero es que me duele ver que las relaciones humanas puedan parecer tan fuertes e inquebrantables un día, y que en un abrir y cerrar de ojos se rompan, se las lleve el viento, y nunca más se supo de ello. (Además, ya os he dicho que estoy con una revolución hormonal mensual y toca ponerse pánfilo y reflexivo).

Lo que más me asombra es ser incapaz de borrar de mi cabeza a alguien que me ha hecho sufrir tanto, y a quién no le ha importado hacerme sufrir más. Pero también me pregunto el sentido de todo esto; en general  nos cuesta pedir perdón. Pues yo lo siento de verdad, no lo entiendo, pero lo siento de corazón.

Tal vez no pueda borrarlo porque sólo consigo recordar las cosas buenas vividas, y a pesar de todo, con eso quiero quedarme. Eso es algo que me pasa con frecuencia, por eso soy de las que tropieza siete millones de veces con la misma piedra, (aunque, sinceramente, ¡eso también puede ser por mi relativa agudeza visual! ¿No?) “jeje”

3 objetos

El sábado asistí a un Taller organizado por el SAE (Servei d’Atenció a l’Esportista) en el CAR de Sant Cugat. “La retirada deportiva” era el latemotive del taller, y reunió a varios deportistas en distintas fases de su carrera deportiva, pero si no eran ya retirados, bastante cerca de ese punto. Resultó ser una tarde muy interesante y entretenida, en la que afloraron muchos sentimientos; unas buenas risas y unas buenas lágrimas bien mezcladas siempre llevan a buen puerto.
A pesar de venir de deportes distintos y con diferentes recorridos, podíamos darnos cuenta de que existe una emoción que lo unía todo, un sentimiento que compartíamos: la gratitud a todo lo bueno que nos ha dado el deporte, la felicidad y satisfacción de haber vivido lo andado.

Antes de asistir nos pidieron que lleváramos tres cosas que nos hubiera aportado nuestra carrera deportiva, así que sólo os voy a contar los objetos que decidí meter en mi mochila para la reunión dado que lo que allí se dijo y se hizo queda para los participantes. Seré breve, para no hacerme pesada:  

La antorcha olímpica de Atenas2004: Es algo que describe el principio y el final, el motivo de todo esto. La esencia: la llama olímpica, el fuego que todo lo puede y todo lo enciende. Tuve la suerte de poder llevar la antorcha olímpica de Atenas por las calles de Barcelona. Ése fue un gran momento que pude compartir con mi entrenador, (corriendo con él), y con mi familia y amigos que se desplazaron hasta la esquina de Passeig de Sant Joan con Indústria para poder presenciar la llama. Decidí llevar ese objeto a la reunión, no por el momento en si, que evidentemente fue único y maravilloso, sino porque engloba el haber participado en tres Juegos Paralímpicos, haber descubierto la magia, y haber aprendido tantas cosas de cada uno de ellos. Eso me ha dado la vida, me ha dado el día, a día.

 

Cadena fotográfica: La segunda cosa que pensé en traer de casa fue un trabajo de la universidad. Cuándo estaba en primero de carrera hice un trabajo de fotografía que intentaba expresar en imágenes el sentimiento de frustración por el que todo deportista pasa cuándo no alcanza sus objetivos. Es una sensación muy agobiando porque no consigues comprender, ni aceptar la realidad de lo ocurrido: la rabia, la impotencia, la desesperación o la decepción forman parte de ese proceso. Son emociones que afloran incontrolables y a las que con la madurez, la experiencia y la constancia en tu trabajo aprendes a domesticar.
La imagen final de mi trabajo es la de una chica, (la protagonista de las fotografías), que encuentra a quién abrazarse, porque a pesar de todo, siempre tienes a tu famita y amigos para ayudar a reponerte. 
El deporte me ha dado eso: entender que dos y dos nunca son cuatro, y a que cuándo caes, la única opción válida es levantarse, y a entender cada historia por su parte positiva.

 

 

Medalla de oro en Islandia: Por último acabé llevando una medalla. Pero no por el valor del éxito, de ser el mejor y llegar el primero, (a todo eso hace tiempo que le doy otro significado, y otra importancia, pero ya hablaré de ello en otra ocasión). Traje esa medalla por lo que significó para mí, y por uno de los valores más importantes que me han dado estos años: creer en “imposibles”. Mi oro de Islandia llegó de manera inesperada y cuando más lo necesitaba. Y me dio las alas necesarias para volar cuatro años más hasta Londres 2012. El valor de querer y creer ciegamente, (y nunca mejor dicho), en lo que uno hace y lo que uno persigue.Image

“Las chicas de Londres” Informe Robinson

Ayer vi el reportaje de Informe Robinson sobre las medallas logradas por las chicas españolas en Londres, ese que se emitió en Navidad.

Me emocionó. Refleja muy bien el esfuerzo y el mérito de cada una de esas medallas. Las horas y horas de trabajo duro, de ilusión y de lucha que se esconde tras cada una de ellas, así como las dificultades que se encuentran en el camino olímpico.

Una de las chicas de vela comentaba que va a ir pasando el tiempo, y su hazaña se irá olvidando, (por parte de la gran mayoría de la población, claro). Ninguna de esas medallas pertenece a un deporte de masas, de esos que consiguen llegar al gran público, (por estas latitudes, porque un poquito más lejos son deportes de prestigio y con una buena profesionalización). Eso entristece un poco, la verdad, pero ya estamos acostumbrados a que aquí sólo exista el deporte masculino, o más concretamente: el fútbol, el tenis y el motor, así que no voy a darle más bola.
De todas maneras, ¿qué importa? Me refiero a que, sea o no sea recordado todo esto en un tiempo, el premio ya lo tienen: la experiencia es única y la victoria merecida permanecerá en sus manos y en sus recuerdos.

Aún así me encantó ver que ahora, que ya han pasado unos cuantos meses tras las medallas de las chicas olímpicas, se siga hablando un poco de ellas. Ese crónica transmite vitalidad, energía, fuerza, ilusión: ¡la magia olímpica!  Y eso me traspasó, supongo que porque: “yo también estuve allí”. Eso hace que sea una mezcla intensa de emociones ver ese tipo de reportaje para mí: por un lado está la identificación con cada deportista, el compartir unos valores y unas vivencias, así como la alegría de ver sueños ajenos realizados, la felicidad en su máximo esplendor, la satisfacción absoluta, y por otro lado está la envidia sana que me generan esas medallas: “yo casi la tuve en mi cuello”. Al fin y al cabo, me doy cuenta de que el camino es el mismo, sólo varía el final.

Conozco a algunas de las chicas de Londres, y me alegro mucho de sus éxitos, porque sé que con su valor y esfuerzo particular llegaron a cumplir su sueño. Me emocionaron especialmente las chicas de waterpolo, (como a todos, imagino), porque sin que nadie contara con ellas, y trabajando en la sombra consiguieron lo que sólo ellas y su equipo veían. ¡Fue fantástico! Una gran lección de deportividad y entrega, de que la única manera válida para lograr tus retos es trabajar con buen humor y ganas de disfrutarlo.

Fechas señaladas

Supongo que es necesario que haya ciertas fechas señaladas en el calendario de cada uno: Navidad, fin de año, Reyes, tu cumpleaños…. Esas son las típicas: luego añadimos otras: el aniversario con tu pareja, las fiestas de tu pueblo, el día en que hiciste tal cosa importante, ¡incluso hay buenos amigos que te proponen celebrar el día de vuestra amistad!

Digo que es necesario porque es lo que nos hace reflexionar: la fecha se repite año, tras año y cuando llega ese día nos detenemos un instante para hacer balance y echar la vista atrás. Analizamos lo sucedido y empezamos las conclusiones.

Yo soy la primera en poner fechas, y me agota. Recuerdo irremediablemente todas las fechas importantes, o estúpidas, de las cosas más tontas, y de las más importantes que me ocurren. .
Es una tortura porque, a parte de ocupar espacio de manera absurda en mi cerebro, comparo, analizo, y reflexiono, y busco todos los pros, y luego todos los contras, y vuelvo a comparar, a analizar, a reflexionar…
Luego me sorprendo de lo rápido que ha pasado el tiempo, de lo efímero que es todo, de las cosas que, aún que pasen años, siguen repitiéndose, de que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”,y me pongo en un plan existencial súper pesado y aburridísimo, (como el típico amigo con alguna copa de más que empieza a filosofar y no hay forma de hacerlo callar, pues así está mi cerebro últimamente, ¡un sin vivir!)

Eso me asusta. ¿Por qué? porque el tiempo pasa sin esperar y no me deja hacer todo lo que quisiera. También me asusta porque tengo claro que se escribe un punto y a parte importante en mi vida, y supongo que me asusta todavía más, porque veo que lo único que estoy haciendo es demorar ese momento.

Además me fastidia mucho, muchísimo tener esa actitud pasiva y estúpida ante la vida, ¡ante mi vida! Va absolutamente en contra de mi naturaleza, por eso quiero dejarme de palabrería y pasar a la acción.

A pesar de todo, me gustan esas fechas señaladas. (Va en serio, eh, no es ironía). Porque compartes con la gente más especial, las personas importantes de tu vida algo mágico: creas momentos únicos, la complicidad y la felicidad compartida, ya sea en una reunión familiar, ese instante para dos, o la exaltación de la amistad de verdad. Y eso está por encima de mis dilemas existenciales, y es la fuerza que me empuja.

Así que voy a seguir marcando fechas en mi calendario, haciendo que cada día sea importante, intentar aprender algo nuevo y absorber cada segundo que tengo por delante. Y así, poquito a poco, encaminar mis pasos hasta ese día del punto y a parte